Después de unos días navideños en los que las comilonas y las reuniones familiares son la tónica habitual, nos disponemos a desconectar con este viaje que nos hará pasar el fin de año en Bélgica. Tras un par de horitas de vuelo desde Valencia, llegamos a media tarde al aeropuerto de Bruselas. Desde allí mismo, cogemos un tren que en una horita nos llevará a Brujas, donde pasaremos los dos primeros días.

Una vez allí, y ya de noche dejamos rápidamente nuestras maletas en el hotel para ir a conocer esta ciudad. Y nada más dar unos pocos pasos ya nos damos cuenta de la época en la que estamos. Muy cerca de la plaza mayor, la conocida como Grote Markt está instalado uno de los típicos mercados navideños que se montan por todas las ciudades europeas en esta época del año.

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Justo allí, en la plaza del mercado se levanta la imponente y esbelta torre Belfort, campanario de Brujas. Esta torre sirvió además de campanario como torre de vigía para avisar de los posibles peligros que podía tener la ciudad.

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Ya en el interior de la plaza nos invade la sensación de estar en cuento navideño. La calle totalmente empedrada y los edificios típicos totalmente navideño son de una gran belleza. Además, una pista de patinaje sobre hielo hace las delicias de la gente. Habíamos leído que Brujas era así, pero tampoco esperábamos sentirlo nada más llegar. Teníamos la sensación de miráramos hacia donde miráramos había algo bonito que ver.

Antes de buscar un sitio para cenar decidimos caminar un poco más hacia la plaza contigua a la Grote Markt. Concretametne hacia la plaza Burg en la cual se encuentra el ayuntamiento de la ciudad además del palacio de justicia y la basílica de la Santa Sangre. Una vez allí nos llamó la atención además de su belleza, su silencio y soledad, ya que no había absolutamente nadie.

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Después de unos instantes contemplando la belleza de esta plaza nos dirigimos de nuevo a la plaza mayor donde abundan los restaurantes y puestos callejeros de comida. Hoy, cansados y con el frío que hace en la ciudad preferimos comer algo en el interior de un restaurante calentitos. Y sin lugar a dudas la belleza de uno de ellos nos sedujo para tener una bonita cena romántica.

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Y como no, para empezar hoy íbamos a probar el plato típico de Bélgica. Mejillones al vapor con una buena ración de patatas fritas. Y todo ello acompañado de una buena cerveza belga.

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Ya después de la cena nos dirigimos a descansar. Así querríamos aprovechar todo el día siguiente para conocer los mejores rincones de esta coqueta ciudad flamenca.

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